El compositor, pianista y director ruso Sergei Rachmaninov consideraba que “cada pieza se moldea alrededor de su punto culminante: toda la masa de sonido debe estar tan medida, la profundidad y fuerza de cada sonido debe tener tal pureza y gradación, como para llegar a este punto culminante con la apariencia de una gran naturalidad, aunque en realidad ese logro sea producto de un arte más elevado.”
A menudo los actores escuchamos el término “orgánico” y tarde o temprano nos damos cuenta de que todo nuestro oficio se desempeña alrededor de esta palabra que hoy en día es más que famosa y que su empleo se ha extendido hasta el mundo culinario. Pero ¿Qué es la organicidad? ¿De qué depende? Y ¿Cómo se adquiere?
Durante el periodo clásico la música y el arte en general pretendían encontrar un equilibrio entre la forma y el contenido de la pieza. Este punto de encuentro entre ambas, donde ninguna adquiría más importancia o fuerza que la otra sino que se alimentaban entre sí para permitir la creación de una realidad, es el sitio donde pueden coexistir los elementos de manera armónica. La armonía es la organización que permite que exista unidad dentro de una composición, de cualquier tipo que esta sea; una organización que permita que todo tenga que ver con el todo, posibilitando así la perfección de la pieza.
Así como en la música, en la arquitectura existen principios físicos que indican donde ubicar las tensiones necesarias para sostener un sistema cuya estructura se sostenga de sí misma; una estructura tan precisa y certera que bastaría con que se escapara un número a un cálculo para que se viniera todo abajo.
¿Qué es el cuerpo sino un sistema de contenido vital? ¿Qué es el cuerpo sino la estructura más precisa y certera?
El cuerpo se ha modificado a través del tiempo; ha tenido que volverse dúctil y flexible para abrazar las necesidades de la época, para sobrevivir, naturalmente. El cuerpo es un sistema mutable y adaptable a las condiciones externas; crea anticuerpos, desecha órganos, reestablece los alimentos de los que se nutre así como las formas de hacerse de ellos y, con esto, cambia también sus dimensiones. El cuerpo humano incluso se ha visto en la necesidad de readaptarse al aire que respira y la ropa y accesorios que le visten. Se podría decir que cada época presenta nuevos retos y el cuerpo replantea su organización para sobrellevarlos victorioso. El cuerpo es un organismo que se reinventa día a día para moverse dentro de la realidad que habita.
El teatro, en este sentido, funge como un demiurgo: un creador de realidades alteradas. El teatro establece una realidad determinada, con condiciones precisas y objetos que la acotan e introduce cuerpos que al experimentarlas se modifican y como resultado obtenemos una realidad que se convierte en el objeto observado.
Retomando el tema de la organicidad como una condición natural de los cuerpos que les permite, a través de la adaptabilidad, lograr una experiencia viva con lo real, pienso que dentro del teatro esta organicidad debería permitir que la experiencia vivida permita también la pronunciación de una realidad o un aspecto de ella, obedeciendo a las leyes de un universo estético determinado.
Pero si la organicidad es una condición de lo vivo y, en tanto a que nosotros somos seres vivos ¿por qué resulta tan complejo lograrla? ¿Qué limita o imposibilita este encuentro del actor con su organicidad?
Volviendo a lo que se menciono acerca del mundo culinario al inicio del ensayo, hoy en día hay una insurrección de la búsqueda de alimentos orgánicos sorprendente. Existe un deseo que ya es tendencia por buscar productos que pretenden estar los más cercanos a su origen natural y que pretenden disminuir en la medida posible la “desnaturalización” de las mercancías. Desde los orígenes de la revolución industrial y el crecimiento desmedido de la urbanización, el ser humano se ha visto alejado de la tierra y ha entrado en contacto con el desarrollo y los procesos de producción acelerados, todo esto con la finalidad de satisfacer las “necesidades” de las crecientes poblaciones. Cada vez estamos más alejados de beber el jugo de naranja y más cercanos al jugo sabor naranja; cada vez construimos relaciones más estrechas con los iconos y las representaciones y nos vamos desvinculando de la pureza de las cosas. Esto, cabe mencionar, no se pretende abarcar como un aspecto peyorativo sino como uno de interés y que debe ser tomado en cuenta cuando se pretende hablar de realidad, cuando se pretende mostrarla en un escenario. Evadir este tema o pretender que la realidad que habitamos no funciona de la manera en la que realmente lo hace imposibilita que exista una relación franca del artista con lo otro y la creación se convierte en un intento fallido por preservar intacto algo que está vivo y que, por su condición vital, se encuentra en constante cambio y movimiento.
Todo esto para regresar a la cuestión del cuerpo y su organización natural y armónica. Pienso que un cuerpo, y por lo tanto un artista, orgánico es aquel que logra absorber el máximo de información de la realidad que habita, en tiempo presente y sin juzgarla. Este artista mediador permite que su cuerpo se adapte con la sabiduría que le es propia; que cree una relación franca con cada instante que habita. La realidad desde luego no solo la determina el espacio externo sino también el interno y la manera en la que ambas coexisten. No en vano la mayoría de las técnicas de actuación y otras artes tiende al auto observación, al reconocimiento de uno mismo antes de ponerse en contacto con una situación. En la vida cotidiana no estamos siempre consientes de los cambios que realiza nuestro cuerpo para sobrellevar cada uno de los eventos que ocurren, probablemente si estuviéramos consientes nos volveríamos locos, o permaneceríamos inmóviles y en silencio. Sin embargo, en el teatro, donde la realidad no es la cotidiana, donde el tiempo corre de distinta manera y el espacio es percibido de otra forma, uno debe ser consiente de estos cambios. Esta conciencia no se refiere a que el actor se detenga para evaluar mediante un proceso racional cada segundo que pasa sino a una conciencia total del espacio a través de todo su organismo que se logra con trabajo previo, con la adquisición de una técnica. Un día una gran maestra me dijo “se despega por técnica, se vuela por intuición” y en esto cobra sentido esta frase.
Cuando uno escala en roca debe permitir que el cuerpo fluya de la manera más económica, el cuerpo y su forma tiene que establecer una conversación franca con la roca y sus formas. El cuerpo debe de modificarse para poder pasar cada obstáculo de la manera más natural posible, reorganizándose con cada posibilidad que presente una ruta. Sin embargo, el escalador puede lograr rutas mucho más complejas y demandantes si durante su entrenamiento aprende que cada tipo de roca requiere que el cuerpo se posicione de cierta manera específica, el trabajo de una técnica en la escalada permite que el cuerpo se pueda relacionar más libremente con una ruta. La técnica construye un lenguaje mediador que reúne las multiplicidades para poder comunicarnos con una realidad y en esta conversación lograr un vuelo arriesgado y seguro a la vez, un vuelo libre.
Idealmente el hombre podría relacionarse libremente con todo lo que le rodea ya que poseemos esa habilidad en nuestra genética. Sin embargo y debido a los cambios y condiciones del mismo mundo y del mismo ser humano, la intuición se ha tenido que reprimir. El actor debe entrenarse para que esta “represión” no se convierta en barrera entre él y su intuición, con su organicidad, su originalidad. Esta condición de la realidad en nuestra actualidad debería ser más bien para nosotros un reto y una posibilidad para explorar, reconocerse y pronunciarse frente a un mundo igualmente cambiante.
¿Cómo lograr la organicidad? Pienso que es mediante la observación franca y la relajación activa y alerta que se puede entrar en un estado donde se asume un todo; ya en este estado se puede comenzar a relacionar uno con este todo de manera natural sin esfuerzos que perjudiquen pero tampoco sin trabajo que nos comprometa. Alcanzado un estado de presencia franca con lo otro se debe comenzar a trabajar. El trabajo debe ser preciso, consiente y profundo; llevar el desarrollo de una técnica a un grado en el cual el cuerpo pueda asumirla como natural y pueda comenzar a andar con ella como un paracaídas o parasubidas, dependiendo de la situación. Es necesario asumir el cuerpo como un sistema en donde cada elemento es completamente intrínseco al otro. El perfeccionamiento de la técnica permitirá que la estructura se modifique naturalmente para sostenerse y encuentre su propio ritmo para comunicar, permitirá que el sistema pueda reconfigurarse y reorganizarse recuperando su equilibrio natural y que lo que se observe sea una unidad orgánica, un universo que funciona de acuerdo a sus propias condiciones y que es capaz de enunciar.
Curiosamente pienso y creo que el mundo escénico, el teatro (el templo de la ficción como lo nomino Gabino en una entrevista que realizó para Brenda Oliveira) puede ser un lugar importante en el que se puede dar un reencuentro con la realidad, con la organicidad. Un lugar para el conocimiento de lo real. Pienso que el teatro puede romper su naturaleza artificiosa para contactar con la realidad y con el presente, como una especia de meditación estética en movimiento que posibilite la contemplación y la relación franca con el objeto vivo.
“Todo es nuevo cuando se mira con ojos nuevos”
Altazor, Vicente Huidobro.