Atanasio Cadena
Quien escribe lo siguiente no es nadie más que una provinciana trans teatrera blanca que intenta, en la medida de lo posible, no traicionar su historia.
La muerte siempre ha sido una presencia extraña que, desde su develar explosivo, nos confronta a nuestra propia naturaleza: frágil, efímera, diminuta, pero sobre todas las cosas… importante.
La muerte no es poca cosa, ya que su propia naturaleza es la transformación: un regreso al estadio natural al cual, misteriosamente, pertenecemos. Y sí; frente a ella, el dolor surge desde la ausencia de aquello que ya no está, que ya no es.
Sin embargo, cuando se trata de un proceso lento donde las instancias culturales empiezan, una a una, a desaparecer lentamente; donde vemos cómo lo único que nos queda es la nostalgia eterna de aquello que alguna vez fue y que ya no lo es –por lo menos no en el mismo plano–, me planteo por qué seguimos repitiendo la misma constante histórica que nos ha moldeado a lo largo de siglos, de un pensamiento que deambula entre tradición y ruptura.
Pareciera ser que nuestro destino está dado desde un fatus marcado por aquellos que vinieron antes y que jamás conocí: una historia elaborada con los retazos de lo que pudiera cumplir los objetivos narrativos de las instituciones culturales de poder que supeditan nuestro hacer; una historia marcada por luchas sociales (incluso si lo pensamos a nivel micro, como fue la defensa de los teatros del Centro Cultural del Bosque), que ganaron espacios de los que hoy gozamos. Una de las instancias que me vienen a la cabeza es aquella revista que, desde su primer número, nos otorgó un nuevo espacio para dialogar de forma indirecta; revista por la cual pasaron muchas plumas, muchas reflexiones y muchas propuestas por seguir explorando incluso ahora en la actualidad.
Pues no; me niego a creer, me niego a que no haya otra posibilidad que la del lamento nostálgico por aquello que me marcó, que condujo mis pasos en mi exploración como creadora escénica. La revista Paso de Gato es eso en mi vida: una historia periférica que, en medio de un mundo no tan desarrollado tecnológicamente, me servía como manera de entender el teatro de hoy frente a las otras realidades que nos atraviesan como nación, una revista vital que pretendía ganar otro espacio para proponer voces, proponer temáticas a explorar, darles paso a nuevas voces para conocer, a través de ellas, a quienes las pronuncian.
Jaime Chabaud (uno de los fundadores de Paso de Gato) hizo una invitación abierta a los medios y a la comunidad para dar un anuncio por demás ya mediatizado. Pues bien, a esa junta llegamos una veintena de personas conformada por periodistas y gente del medio teatral. Uno de los puntos centrales fue una crítica fuerte, pero muy necesaria. Sí, ciertamente hay un claro desprecio a la cultura por parte de las nuevas instituciones culturales del país, sin embargo, ¿y si también nosotres somos responsables? ¿Es posible pensar que nos hemos sumido en un estado de supervivencia constante en el que no existe otra posibilidad que la extinción silenciosa? ¿Será posible asumirnos como agentes políticos y comenzar a organizarnos de diferentes formas? ¿Es posible creer y crear redes de apoyo que nos ayuden en esta precarización cultural en la que nos encontramos? ¿Qué más necesitamos ver morir para entender que la aniquilación jamás es la opción, que existe otra manera de construir realidades sin la ya consabida tabula rasa? No lo sé todavía; con manos sudorosas que intentan comprender la realidad sin avasallarse del todo, son las preguntas las que construyen mi andar.
Pensar que la muerte no transforma es no entender la transición que representa, no entender que implica un proceso de duelo. Pues no, me niego a un duelo inactivo. Me niego a pensarlo; mejor aún, prefiero gritar a pensar que antes podíamos pensar vivir del teatro y ahora es una realidad privilegiada para unes cuantes. Bajo las palabras de Diana J. Torres, prefiero cargar con el cadáver a cuestas para salir a luchar, para lograr una real comunión en el medio; no para idílicamente pensar que juntes todo podemos, sino encontrar en nuestras diferencias un espacio de diálogo abierto para dejar de lado rencillas personales y pensar en nuestro bien común, porque si no, lo que nos quedará es la esperanza individual de poder entrar a las instancias culturales para dar aquello que se requiere de nosotres: un regreso a las cofradías medievales en las cuales éramos peones y no creadores.
Me niego y me seguiré negando a pensar que Paso de Gato desaparece, al igual que Casa del Teatro, que CEUVOZ y que demás espacios que están desapareciendo lentamente en las periferias teatrales y que cada vez más buscan con desesperación nuevas formas para salir avante desde lo agreste que representan las distancias en nuestro país.
“Primero vinieron por los socialistas,
y yo no dije nada,
porque yo no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas,
y yo no dije nada,
porque no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos,
y yo no dije nada,
porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí,
y no quedó nadie para hablar por mí”
Martin Niemöller.