Discurso de presentación

Colaboraciones, Por Vicente Quiroga

Nombramos un mundo que nos acompaña desde nuestra primera palabra, cuando nos asombramos antes las cosas ajenas y caminamos por calles de lluvia y charcos. Reconocemos lo que somos en cada forma, en cada esquina; nos damos significado y armamos un paisaje: secuencia de imágenes que nos van hilando hasta nombrarnos. Surge una palabra como una raíz, y nos pronuncia.

Cuando nombramos al mundo nos estamos nombrando.

Las palabras guardan siempre esta condición de espejos.

El lenguaje es el único mal verdaderamente necesario.

Imagino lo que vio Rilke en los Alpes Suizos, Van Gogh en los molinos, Beckett en los jardines de Luxemburgo. La palabra escapa nuestras intenciones. Encuentra vida propia, eco en otro cuerpos, espacio en otros sueños. Es esencialmente creación; el principio y el final del alma humana. Los momentos que más se aferran a mi alma nunca los he podido nombrar. Las palabras acechan nuestra experiencia, pero no la tocan, sólo la observan como un montón de animales acercándose lentamente para escuchar cantar a Orfeo.

Es importante recordar que Alejandro Magno, al destruir la ciudad de Tebas, sólo dejó en pie la casa del poeta Píndaro. Hacer una revista tiene esta ilusión antigua de conservar el mundo intacto, para que la realidad nos sea más amable, y podamos acecharla con cerillos, decirle que tenemos la posibilidad de nombrarla y hacer de ella un poema, una idea, una pintura.

Esta revista esconde el corazón de quienes nos han prestado sus palabras, y será leída por otros que encontrarán en ella sólo una franja de su propio cuerpo, un hilo de agua cayendo en su propio cántaro. No hay ambición más fuerte que la de ensamblar dos ojos dentro de una imagen ¿cómo explicar lo que uno observa en las nubes, lo que uno piensa que el teatro puede lograr en una sociedad compleja? La historia del ser humano no cambia. Se abaten los gestos hacia el amor, la muerte, el poder y la belleza. Pero cada persona juega su historia y nosotros queremos recuperar la manera en que de niños tomábamos el mundo bajo el aspecto de una palabra indescriptible.

La Barraca significa abrir la posibilidad de formar un diálogo entre dos personas en donde se abarque el mundo de cada uno, sin crítica ni juicio, solamente mirar mirándonos. Eso es el teatro y eso es lo que nosotros proponemos bajo este velo no siempre claro que es la actualidad, nuestro país y nuestra perspectiva de lo que significa ser artistas. Bajo estas premisas abrimos la puerta hacia un proyecto cuyos horizontes dependen de nuestra capacidad de imaginarlos. Nuestras plumas son aún jóvenes, pasajeras. Queremos ideas que cambien por sí mismas. Gente que empiece escribiendo de una cosa y acabe escribiendo de otra. Porque creemos que la falta de rumbo es otra forma de afirmar un camino. Basta con que hagamos de este proyecto algo propio, algo que nos involucre como cuando vagamos por islas de agua dentro de algún sueño lúcido.

Cuando lean los textos de La Barraca, o los escriban, tomen en cuenta las corrientes que fluyen debajo de las palabras, ahí estará nuestra razón de ser, y la posibilidad de hacer de esta revista un pozo que resuene en la imposibilidad de compartir la realidad, pero en la esperanza de crear con pequeñas piezas un boceto que nos proyecte a hacer del teatro y de la sociedad un espacio que de cabida al desarrollo humano, a la libertad, a la posibilidad de pronunciarnos cada vez más, cada vez mejor.

Emilio Carrera Quiroga

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